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Un Salteño: Hasta Roma... y todo por un abrazo

Viajó por tres meses “para trabajar o hallar un rumbo”. En el Vaticano se saltó el protocolo y vivió una experiencia única.



Una inspiración, un estímulo o una llamada. Robustiano Acosta Ellero (20), estudiante de Arquitectura en la Universidad Católica de Salta, no sabe a qué obedeció el impulso que lo llevó a dejar Salta el 22 de diciembre del año pasado. Su destino era Europa y su estadía estaba obligatoriamente fijada en tres meses. La única ancla era una tía que lo recibió en Madrid, ciudad adonde fue “con la fe de encontrar un empleo, pero al no tener papeles no podía trabajar en blanco y se hacía difícil”. Siguió su derrotero alojándose en parroquias o gracias a la red internacional couchsurfing. Llegó a Roma el 2 de febrero. Alessandro De Rossi, un sacerdote italiano cuya misión pastoral lo trajo a Salta por seis años, alojó a Robustiano en la parroquia San Luigi Gonzaga. Desde allí el salteño diseñó planes para acercarse al sumo pontífice. 

La noche antes de ir a la audiencia general que Francisco acostumbra brindar los miércoles a las 10.30, visitó la tumba del Papa más popular de todos los tiempos, Juan Pablo II. A él -que tan bien había comprendido a la juventud-, emocionado y llorando le pidió la gracia de conocer al Papa argentino.  


La mañana crucial llovía. Puntual, “apareció Panchito en su papamóvil, y en un momento le grité: ‘¡Soy de  Salta, Argentina!’. El me miró y sonrió, pero no frenó. Esa mirada me quedó muy grabada”, cuenta. Al verlo tan empecinado, los sacerdotes de San Luigi le consiguieron una entrada para una ceremonia reservada para la comunidad de Sri Lanka. “Ese sábado la misa duró tres horas y en ese momento, como no entendía nada de la lengua, recé cinco rosarios. El Papa llegó una hora tarde, saludó desde el altar y se fue”, cuenta. Para concretar su tercera oportunidad mediaría una ayuda desde Salta. 
El miércoles 19, Robustiano y los curas -ya como invitados especiales- pasaron por la puerta de Santa Ana y esperaron a que el Papa, tras la audiencia general, les diera la bendición. Cuenta que en total eran alrededor de 50 argentinos. “El ambiente era muy lindo, charlábamos de nuestros viajes y experiencias. También había gente proveniente de todas partes de Sudamérica. A las 9, llegó monseñor Guillermo Javier Karcher, ceremoniero pontificio, y anticipó al grupo que el Papa, uno a uno, los saludaría. “Nos dijo que éramos unos bendecidos por Dios de poder estar ahí. En ese momento mis expectativas crecieron a más no poder y estaba muy feliz. Nos puso en una fila india y nos pidió que aunque fuera una vez en la vida, los argentinos nos comportáramos como corresponde” (risas), recuerda. Luego entraron por un pasillo lateral del Vaticano y se ubicaron en el sector del frente de la plaza San Pedro. “Allí teníamos reservadas tres filas de asientos para los argentinos y la vista era de frente hacia Panchito.  
Yo estaba en un estado de shock que no caía y lo tenía en frente -nada más y nada menos- que al Papa”, continúa Robustiano, aún emocionado.  

Al término de la audiencia, Francisco comenzó a saludar a la gente. Viéndolo caminar entre la multitud, el joven salteño percibió las cualidades que tanto destacan los medios de comunicación del mundo, sean religiosos o laicos. “Desde el primer momento, pude observar su humildad y la gran persona que es. Te deja sin palabras y te transmite una paz y armonía impresionantes”, define Robustiano. Su corazón estaba entorpecido de tanta emoción: “Yo observaba cómo la gente lo saludaba con la mano y le entregaban cosas y pensaba por dentro: ‘¿Por qué nadie le da un abrazo? ¿Lo tienen al frente y solo  
le dan la mano? ¡Están locos!’”. Fue entonces cuando surgió vigorizado su deseo de poder darle una muestra de amor “impropia” para darle a un Papa, porque las reglas ceremoniales, diplomáticas o palatinas establecen por decreto y costumbre que al vicario de Cristo solo cabe besarle el anillo o darle la mano.


Rodear con sus brazos al Papa como si fuera un amigo y sentir en esa ligera presión o constricción que el Espíritu Santo habita en ese hombre.  
¿Cómo podría aventurarse a dicho gesto? ¿Era demasiada su osadía? ¿Cuántos segundos pasarían para  que los guardias que autorizan y custodian con formalidad el comportamiento de quienes se acercan al Papa lo sacaran en vilo? El protagonista así lo revive: “Nos pusieron en fila y dijeron que saludaría, pero que había que tener muchísimo cuidado y ser cautelosos. Comenté con la gente de ahí que lo quería abrazar y me dijeron que la guardia estaba al lado y  que seguro me sacaban. Les tenía mucho respeto, pero era mi gran momento y me importaba muy poco la verdad”, dice Robustiano al verlo en retrospectiva. La diferencia iba a ser sustancial: poblar las redes sociales como el salteño insano que pasó el vallado y se abalanzó sobre el Papa o inspirar con su historia a miles de personas. 
“El papa Francisco se acercaba cada vez más y más, y mi felicidad era  increíble.... El señor que tenía al lado le dijo a Francisco si le podía dar un autógrafo en una foto donde estaban (retratados) sus nietos. El dudó, pero con su grandeza le terminó dando lo que pedía”, sigue. Después “llegó mi  gran momento. El me miró sonriente y le pedí, por favor, que me diera un abrazo. Me abrazó. Le dije: ‘Gracias de corazón’, le mostré la camiseta de mi club y se la regalé. Escribí en ella los nombres de la Fundación Revivir y de mi familia”, finaliza. ¿Cómo se revive la experiencia de haber  abrazado al Papa Francisco?
“La alegría que sentía después de haberlo abrazado era impresionante.  


No sabía cómo explicarla. Estuve todo el día sonriendo y agradeciendo por lo que me había pasado. Intento recordar el momento y es como si hubiera pasado en dos segundos”, concluye Robustiano, quien generosamente se acercó a la redacción de El Tribuno para regalarnos su historia. 

Fuente: EL TRIBUNO DE SALTA |  EDICION DIGITAL 

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