Sin conocer el daño que provoca, la gente las planta en sus casas.
En el Valle de Lerma aumenta la preocupación porque el pasto cubano avanza hacia los campos y ocupa banquinas. Esa planta alta y con flores amarillas invade, daña, atrae insectos y asfixia a otras especies porque las deja sin luz, agua y nutrientes. La invasión, entonces, no sólo es visual en las zonas rurales y urbanas de las localidades de esa región de la provincia. A tal punto ha llegado su expansión que muchos pobladores, sin conocer su origen y las consecuencias que provoca por tratarse de una plaga, la domesticaron y la tienen en sus jardines.
La planta, conocida como “tithonia tubaeformis”, fue declarada plaga nacional en 1983. A pesar de las acciones realizadas por los productores tabacaleros a fines de la década del ochenta, su sigilosa colonización se extiende a banquinas de rutas (como la nacional 68 que cruza toda la región o las provinciales 23, entre Cerrillos y Rosario de Lerma), barrios como el San Jorge en Quijano, terrenos baldíos, plazas, playones deportivos y establecimientos secundarios, como sucede en el colegio 7073 ubicado al norte de Rosario de Lerma.
El pasto cubano sigue avanzando especialmente en los campos y se observó que la proliferación llega en pocos meses a ocupar terrenos impensados, devorando especies autóctonas hasta inutilizar la tierra.
“En Carabajal no se puede cultivar tabaco. Esa planta ocupó las fincas rápidamente, trae muchos insectos y sus ramificaciones son difíciles de sacar cuando echan raíces”, explicó un pequeño productor a El Tribuno en una recorrida por Finca Cámara, a unos 10 kilómetros al oeste de esta ciudad.
Especialistas han detallado que el pasto cubano llega a medir cinco metros de altura y tiene hojas grandes de color verde oscuro, con láminas triangular-
ovaladas en cuyas bases hospedan insectos y enfermedades, como la roya.
Se sabe además que en Cuba, donde tuvo su origen se tuvo que abandonar extensiones enormes de cañas de azúcar ante el avance de esta plaga.
Se ramifica con agilidad
Según estudios realizados años atrás por la Universidad de Santiago del Estero, una planta produce un promedio de 500 flores y cada flor puede diseminar 40 semillas, es decir unas 20 mil semillas que se dispersan por acción del viento, agua de riego, segadoras y rastras, entre otros.
Se distribuyen con facilidad a gran distancia y se mantienen activas varios meses a la espera de altas temperaturas y suficientes lluvias. Aunque fueron varios los intentos, el pasto cubano aún no puede ser exterminado y llamativamente cobró fuerza en esta última década en Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca.
Se explicó que la planta forma rodales muy densos, sin dejar lugar a otras especies, que se ahogan por falta de luz, de agua y de nutrientes.“Lo peor es que la gente sin saber hacen germinaciones en sus jardines, les atrae sus flores amarillas. Alguien debe hacer algo. Está exterminando todo a su paso este invasor, ya que acaba con nuestras plantas originarias. Ya se metió en los montes y cerros donde pastan los animales”, advirtió el productor.