En la plaza del barrio Obrero, Guillermo Arapa ya es parte del paisaje.
Con una mirada amable y un rostro que sabe de duros inviernos e implacables veranos, Guillermo Francisco Arapa, a sus 44 años, continúa empujando su carrito de golosinas, como lo hiciera por primera vez hace 23 años. “Era soltero, tenía 21 años, quería ayudar a mi madre Edelmira Morales”, comenta. En el año 83, cuando fue inaugurada la escuela Capitán de Fragata Sergio Gómez Roca, frente a la plaza Juan Carlos Dávalos en el barrio Obrero de la ciudad de Gral. Güemes, decidió ayudar con la economía del hogar armando un carrito de golosinas y se instaló frente al nuevo edificio educativo.
Un trabajo difícil, que requiere de mucho sacrificio, soportando las inclemencias del tiempo, en una rutina diaria que parece detener al reloj. El joven Guillermo pensó que era tiempo que su madre descansara y sin muchas opciones laborales, se hizo cargo de la venta de golosinas. Las cosas fueron cambiando con el tiempo, conoció a María Cristina Gómez, se casaron y formaron una familia que hoy tiene cinco hijos: Roque, Cristian, Daniel, Cristina y Cármen; en el 2000 obtuvo un terreno en un asentamiento que hoy es barrio Santa Teresita, allí construyeron su casa. Guillermo fue consciente de que enviar a sus hijos a estudiar a una universidad sería imposible, por eso cambió la casa de altos estudios por tecnicaturas, “para mi es importante contar con todo tipo de conocimiento, uno nunca sabe de qué lado vendrá una oportunidad. Los dos mayores, Roque de 22 y Cristian de 20, están en continua capacitación, por suerte el mayor pudo ingresar a la Policía de la Provincia”, comentó con orgullo. Todos sus hijos son solteros y él se considera un joven como para seguir realizando su trabajo, “me levanto a las 6 porque a las 7 saco mi carro hacia la escuela, debo estar allí a las 7,30 cuando los niños comienzan a llegar, si llueve..., mala suerte, pero igual voy, me quedo hasta la salida del turno tarde y un poco más si la plaza está concurrida, por lo general regreso a casa a las 21, mi señora me reemplaza algunas horas”. De pronto, su mirada se pierde en sus recuerdos, un gran esfuerzo intenta contener inútilmente las lágrimas que se escapan de sus ojos, casi balbuceando expresa; “tengo una gran frustración a causa de este trabajo, nunca, pero nunca pude ver a mis hijos en los actos, nunca pude verlos recibir un diploma, nuca estuve allí para el día del padre, me perdí todo eso” se muerde los labios y finaliza diciendo, “pero creo que el sacrificio valió la pena”. Las ráfagas de viento y agua del pasado jueves 5, que llegaron a los 60 km por hora, le voló parte de su mercadería, Personas que estaban en el lugar, le ayudaron a juntarlas y se vio obligado a refugiarse en las instalaciones de la Unión Ferroviaria, a pocos metros de la escuela, “a la lluvia la enfrento, pero los vientos como los de ayer son los únicos que me obligan a dejar de trabajar”. Guillermo vio pasar dos generaciones por la escuela, “hoy aquellos primeros niños vienen con sus hijos, y sé que les hablan de mí. Fui testigo de cuando algunos de ellos se presumían, hoy los veo de novios o casados, eso es maravilloso”, finalizó diciendo Guillermo.
Nota: Sergio Tapia
Fuente: Eltribuno.info/salta
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